Emilio Nunes, tose, acomoda su vieja bufanda y abre la puerta de su pequeña casa en el soleado pueblo de Castilla, saca del bolsillo bolitas de madera con números y las reparte entre las personas que vienen a consultarlo.
Cosmonauta en globos de viento, ex-sacerdote con mandato cumplido, sastre, inventor de la matemática humanizada, perseguido escritor por sus libros y teorías, confiesa que de todas las verdades que defendió en su azarosa vida, solo una persiste, la que descubrió en el secreto y prohibido pasaje Vasario de Florencia, de una longitud de mil quinientos metros.
Construido para uso de los Medici, mecenas del Renacimiento italiano, amados y odiados al mismo tiempo, construido en 1564 por encima de las casas de la ciudad de Florencia, los alejaban de tomar contacto con el pueblo al que ignoraban, los preservaba de demandas, insultos y posibles atentados, y a la vez, el misterio de estar en todas partes sin ser vistos, exacerbaba la condición de dioses a la que aspiraban.
Emilio Nunes, vuelve a toser y explica que nada es como parece, el sufrimiento se origina en la diferencia de ver el mundo como es y no como nosotros queremos verlo. El esplendor de Florencia es la sombra que proyecta la culpa que produce la avaricia, la vanidad y la usura, y agrega, los Medici fueron mecenas, dueños de bancos y también usureros, financistas de ejércitos y guerras interminables de cualquier bandera, escalón por escalón impusieron un Papa.
Mientras es detenido por perturbar el orden y la moral pública, Emilio alcanza a decir, la avaricia y la usura, emocionales, económicas y sociales, son engranajes que mueven el mundo y convertidos en viento empujaron las carabelas del descubrimiento de América y empujan los actuales drones.
El mundo se ha renovado de la peor manera, solo es necesario cerrar los ojos y escuchar a los lideres para enterarnos de que, en un movimiento reflujo, han desempolvado la archivada teoría de que la tierra es plana y para pocos, al resto, los espera el abismo.
Es la teoría de antiguas civilizaciones que aún convoca a numerosos acólitos, es cierto que el hombre y las civilizaciones no crecen de manera lineal, crecen de paradigmas en paradigmas, es decir, de nuevas verdades, nuevas ideas y nuevos métodos que nos ayudan comprender la realidad.
Intentar reflotar el terraplanismo como método, oculta la concentración de un poder paralizante que les permite a los lideres inclinar sistemáticamente la tierra plana hacia el abismo, de un lado para otro como en un juego del sube y baja, con solo pronunciar una palabra amenazante cargada de destrucción y de irresponsabilidad; deportaciones masivas, desalojos, hambrunas, crisis humanitaria, ojivas nucleares, confrontaciones bélicas, motosierras todo terreno, insultos deshonestos y guionados.
Proclaman al terraplanismo como un mundo sin límites y un sol negro que nos enceguezca las veinticuatro horas, un lugar solo posible para los exitosos, los insospechados, los probables, los adalides de consignas huecas de trasnochados ideólogos.
Los discursos están cargados de amenazas, el mundo de miedo.
Las palabras no son inocentes, tienen intencionalidad, enferman o curan, las primeras dejan marcas y esperan su turno en algún recoveco del inconsciente para expresarse en forma de síntomas o enfermedades.
Está comprobado que las mismas intervienen en la química cerebral, produciendo modificaciones en los recuerdos, según la carga emotiva y el momento en que son dichas.
El lenguaje, joya de la corona de nuestra civilización, es violentado sistemáticamente y usado como elemento de un combate de guerras imaginarias que solo encubren el naufragio de las ideas mediocres de quienes nos gobiernan, mientras la realidad está muy lejos de sus proclamas discursivas; la batalla diaria, nada tiene que ver con las falsas guerras que declaman.
Profundizando, podríamos catalogar el discurso denigratorio como el fracaso y la impotencia de un fabulador que trata de convencernos de algo en el que él tampoco cree.
El discurso pacificador, que es música para nuestros sentidos e incomparable analgésico para nuestras angustias, ha mutado en un discurso incendiario que abre heridas apenas cicatrizadas o en vías de ello, en un mundo global que necesita perdonarse y abrazarse para poder seguir girando.
Sin embargo, es ensordecedor el ruido que produce el silencio de los políticos y dirigentes cuando se debaten los intereses de los privilegios.
Los argentinos hemos desarrollado, no podía ser de otra manera, un sensor de inocencia critica aún en experimentación, creemos en las palabras en la medida de que las mismas sean sincrónicas durante largo tiempo con el accionar y lo que percibimos.
Sin darnos cuenta, hemos mutado, nos hemos convertido en un ciborg, organismo mixto cibernético, el sueño de la robótica, un ser que combina la biología y la tecnología al incorporar a nuestro cuerpo biológico un sensor, es decir un detector de mentiras vigilado por nuestra conciencia.
De allí a decir que somos un pueblo que olvida rápido, oculta otro motivo, activamos un viejo y antiguo mecanismo de amnesia infantil de los primeros años de vida que hace de protector psíquico, un disyuntor ciborg, para amortiguar la realidad en circunstancias frustrantes y criticas cuando estas se trasforman en intolerables.
El disyuntor ciborg, made in Argentina, bate récord de ventas.
Emilio Nunes desde el exilio, comenta, no me impresiona lo que usted escribe, es tan esperable como lo acontecido en estos días en la justicia, el precio de la vanidad que por vanidosa oculta su precio, la vergüenza que se marchita, y sentir que el tiempo es un sicario que mata huyendo, llevan a cometer grandes torpezas.
La mayor de mis luchas ha sido contra la estupidez humana, decía un ignoto poeta que aún nos escribe desde Ginebra.