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Cuando trascendió la noticia del hallazgo de restos óseos humanos “en la antigua casa de Gustavo Cerati”, Javier no imaginó que podría tratarse de su hermano mayor, Diego, quien había desaparecido sin dejar rastro 41 años atrás.
A pesar del tiempo transcurrido, sus padres nunca dejaron de buscarlo ni perdieron la esperanza de que, algún día, su hijo regresaría a casa. Por eso, siente que en algún punto el descubrimiento trajo “un poco de paz” a la familia. Claro que aún quedan muchas preguntas por responder: “¿cómo murió?“, ”¿quién lo mató?“, ”¿por qué?“… Tras el cotejo de las muestras de ADN, Javier pudo descartar la teoría que desarrolló con más firmeza su padre, que repetía que Diego podía haber sido secuestrado por una secta. Pero, al mismo tiempo, las pruebas confirman una verdad mucho más dolorosa: su hermano mayor fue asesinado.
Javier Fernández Lima (51) pide disculpas por no invitarnos a pasar a su casa. Explica que allí vive su madre, “Pochi”, y la noticia del hallazgo de Diego la afectó de forma brutal: “Fue muy duro contarle a mi mamá. Mi hermana vino de Misiones y todos juntos, de a poco, se lo dijimos. Mi mamá tiene 87 años, lloraba, luego sonreía… Vivió todos estos años con el dolor de madre”, dice con la voz entrecortada.
La historia de una familia que nunca dejó de esperar.
-¿Cómo estaba compuesta la familia?
-Mi hermana mayor, Marcela, después venía Diego, y yo, que soy el menor. Mi papá Juan Benigno Fernández, a quien todos llamaban “Tito”, y mi mamá, Bernabella Irma Lima, o “Pochi”. En realidad, los hijos llevamos solo el apellido Fernández. Fue Diego que, en 1979, cuando tenía 11 años, firmó como Diego Fernández Lima en una cédula y quedó así, pero en el resto de los documentos aparecemos solo como Fernández. Siempre vivimos en Villa Urquiza, somos una familia de barrio.
-¿Cómo era la vida de tus padres? ¿a qué se dedicaban?
-Mi madre era ama de casa y mi padre comerciante, tenía un taller de repuestos de autos de Auto Unión, los DKW, unos autos muy antiguos. No hay muchos ahora. Mi familia era una familia de clase trabajadora, no nos faltaba nada pero tampoco había lujos.
-¿Y ustedes, los chicos, iban a la escuela?
-Sí. Mi hermana mayor fue al Normal 10 y yo iba al colegio “Ejército de los Andes” y después al Instituto Ceferino Namuncurá. Diego iba a la mañana al industrial al ET 36.
-¿Cómo era Diego?
-Aunque recuerdo pocas cosas porque yo tenía 10 años cuando desapareció, él era mi ídolo. Jugábamos al fútbol. Siempre me pateaba penales en la habitación y yo atajaba. Dormíamos juntos, en la misma habitación, en una cama cucheta. Él arriba y yo abajo. De hecho, ahora que estoy con mi mamá, estoy durmiendo en la cama que era de él. Ya no es más cucheta: la mandaron a cortar y quedó una sola cama, la que estaba arriba (la de Diego).
-¿Tenía alguna pasión?
-Le gustaba mucho el futbol. Jugaba en Excursionistas, en las inferiores. Era chico común, como cualquiera. Ahora se me acerca mucha gente que lo conoció y me hablan maravillas de él. En el club, este sábado van a hacerle un homenaje… [se le quiebra la voz]
-¿Qué recordás del 26 de julio de 1984?
-Ese mediodía, después de almorzar, Diego le dijo a mi mamá “voy a ir a lo de un compañero y después voy para el colegio”, porque en el industrial tenían taller por la tarde. Se fue comiendo una mandarina.
-¿No especificó a quién?
-No… y mamá tampoco lo recuerda. Desde casa hasta la escuela había tres cuadras y media.
-¿Cómo fue ese momento en el que se dieron cuenta que Diego había desaparecido?
-Él debería haber vuelto, como tarde, a las 8 de la noche. En esa época no había redes ni celulares. Todos sabíamos que a las 8 teníamos que estar en casa para cenar, y si no llamar por teléfono o avisar de alguna manera. Cuando Diego no llegó a las 8, ni a las 9… ahí arrancó todo.
-¿Cuál fue la reacción inmediata de tus padres?
-No recuerdo bien cómo reaccionaron ellos. Solo sé que me metieron en el cuarto, yo era chiquito y no querían preocuparme. Pero sí recuerdo es que empezaron a llegar familiares, amigos y la policía. Y también periodistas. Yo sentía que algo malo pasaba. Esos carteles, con la foto de mi hermano y el pedido de información sobre su paradero, la hizo mi papá junto con la familia y los repartieron por todos lados. Pero a Diego parecía que se lo hubiera tragado la tierra… y, de hecho, fue así, porque lo mataron y lo enterraron en el fondo de una casa.
-¿Cómo vivieron esos años de búsqueda? ¿Cómo lo afrontó tu padre?
-Fue un calvario. Hasta el día de hoy. Me acuerdo que mi viejo, en sus momentos de mayor angustia, se preguntaba “¡¿por qué?! ¡¿por qué?!”. Él llevaba una libretita, en realidad era una agenda vieja, en la que anotaba todo lo que salía del tema, los contactos de la gente con la que hablaba, pegaba recortes de diarios que hablaban de desaparecidos o que él creía que podían estar vinculados con el tema. Hoy la libreta la tiene la fiscalía. Y así se murió, buscándolo. Fue en 1991, en un accidente de tránsito, lo atropelló una camioneta en Galván y Congreso, paradójicamente a siete cuadras de donde apareció Diego [Congreso y Naón]. Muy loco.
-¿Tu padre tenía alguna teoría de lo que había pasado?
-Siempre sospechó que había algo relacionado con una secta. En esa época, el tema de las sectas estaba muy presente, me acuerdo de la secta Moon y el tráfico de órganos. Papá se murió pensando que había sido por ahí.
-Nunca pensaron en decirle “bueno demos vuelta de página”
-No… Obvio que la intensidad fue mermando, pero la esperanza en el corazón uno la tiene siempre. Y yo crecí con esto…
-¿Y tu mamá?
-Mi mamá, hasta hace una semana, se asomaba todos los días al balcón para ver si Diego volvía. O siempre atendía el teléfono esperando que fuera él. Siempre esperándolo. Cuando me convertí en padre entendí su dolor… [se le quiebra la voz] Pobres mis papás…
-Atravesaron el dolor más grande, el de perder un hijo…
-Es que no lo perdimos… nos lo sacaron. Desapareció. Eso, creo, que es aún peor. Ahora nos estamos enterando de todo y en parte nos trae un poco de paz.
-¿Cómo te explicaron lo que había pasado o qué te respondían cuando preguntabas por Diego?
-Al principio me decían que iba a venir, que se había perdido. Con el tiempo fueron cambiando las versiones. No recuerdo mucho, pasaron 41 años, pero fue complicado.
-¿Cómo viviste tu infancia y adolescencia?
-Yo crecí con esto… con este dolor. Fue muy duro…[pide disculpas porque no puede disimular el llanto] Es vacío inexplicable.
-¿Se hablaba del tema en casa o se convirtió en un tema tabú?
-Se hablaba poco, al menos delante mío. Pero entre ellos y con los familiares calculo que hablarían más.
Javier recuerda cómo sus padres mantuvieron la habitación de Diego, dejándola tal como estaba cuando desapareció: “El cuarto lo mantuvieron igual: la cama y hasta el color de las paredes. Mamá solo puso la máquina de coser porque no tenía más lugar en la casa. Pero ahí están sus cosas: las medallas y trofeos que ganó en Excursionistas, algunas fotos en el club y un casco que mi viejo le había hecho con su nombre: ‘Diego’. Cuando era chiquito, a Diego le gustaba mucho el boxeo. Tenía también unos guantes. No tenemos muchas fotos porque no teníamos cámara, éramos una familia de pocos recursos. Por eso, no tenemos una foto de toda la familia junta”
-¿Es cierto que en un momento recibieron amenazas?
-Sí, fue en el 1984. Nunca supimos si eran bromas o si eran realmente en serio. Por eso, cuando mis padres dieron una entrevista a una revista les tomaron la foto de espaldas.
-¿Qué esperan ahora?
-Quiero el caso de mi hermano se conozca y que no quede impune por el hecho de que pasaron tantos años. Así como está la ley Piazza que amplió la prescripción de los delitos de abusos a menores, quisiera que haya una ley “Diego” para que, en los casos como los de mi hermano, si se encuentra al culpable, puedan reabrir la causa y castigar al responsable con todo el peso de la ley. Porque, teóricamente, si pasan 15 años, ya está. Quedan libres como si nada, paseando por la vida.