El debate sobre el presente y el porvenir de la agricultura fue protagonista esta semana en el XXXIII Congreso de AAPRESID, que tuvo lugar en la ciudad de Buenos Aires. “La agricultura global está ante un escenario de cambios desafiantes provocado por un montón de factores: eventos climáticos extremos, pérdida de rentabilidad, exigencias crecientes de los consumidores, desinterés de los jóvenes por la actividad, nuevas tecnologías. Pero esas crisis creo que nos tienen que servir como motor para pensar”, sintetizó Marcelo Torres, presidente de AAPRESID, durante la apertura del evento.
Frente a esta realidad, la consigna es clara: hay que salir del diagnóstico y pasar a la acción. “Tenemos que ser capaces no solo de sostenernos o de soportar los estreses del contexto, sino también de salir fortalecidos de ellos. Tenemos que empezar a aprender del error y a compartir las experiencias”, planteó Torres.
Sin embargo, el salto del pensamiento estratégico a la acción concreta no es sencillo. Los márgenes productivos, aunque mejoraron levemente con la baja de retenciones, siguen siendo ajustados en la mayoría de las zonas y cultivos, y la necesidad de asegurar la rentabilidad inmediata condiciona muchas veces las decisiones agronómicas.
“Estamos usando el doble de fertilizantes y más fitosanitarios para producir igual o menos. La soja y el maíz están rindiendo menos y con peor calidad: menos proteína, menos aceite. Eso también es pérdida. El modelo llegó a un techo”, dice en diálogo con Clarín rural el asesor de empresas agropecuarias Lucas Andreoni, y plantea que la sustentabilidad, lejos de ser una utopía irrealizable en tiempos de urgencias, puede ser la vía más sólida para garantizar estabilidad económica: “No hay una contradicción entre rentabilidad y sustentabilidad. Lo que falta es equilibrio y rediseño”, dice.

El rediseño integral del sistema productivo es un desafío que Andreoni propone para los años que vienen, y no está solo. A su lado, el Doctor en Ciencias Agropecuarias Lucas Garibaldi describe lo que denominan “transiciones productivas sostenibles”. “El rediseño ecológico implica repensar el sistema desde sus bases, con diversidad de cultivos, corredores biológicos, nuevas rotaciones y planificación plurianual”, explica, y enseguida aclara: “Rediseñar un campo basado en principios ecológicos requiere una planificación mínima a cinco años, no es inmediato”.
Andreoni y Garibaldi coinciden en que el cambio descripto ya empezó, aunque todavía de manera incipiente. “No es necesario que haya un cambio rotundo de un momento al otro, con que el dos por ciento de los productores se animen y tengan resultados positivos, el resto lo copia. El cambio se acelera cuando se ven resultados concretos”, dice Garibaldi.
Esa transformación que describen se ve reflejada en los auditorios y los pasillos del Congreso de Aapresid. Múltiples paneles de puesta en común sobre experiencias con cultivos de servicios, insumos biológicos, manejo integrado de plagas y enfermedades, control de malezas, y cientos de empresas grandes y chicas mostrando sus desarrollos.
Pero en la abundancia de nuevas alternativas tecnológicas y de manejo que se barajan, la toma de decisiones se puede tornar brumosa. Así lo explicó Agustín Bilbao, asesor de empresas con base en el sudeste bonaerense: “A veces se le hace difícil al productor pensar en el mediano plazo. La inteligencia artificial, los productos biológicos y los cultivos de servicios son todas herramientas que son muy útiles, pero hay que saber ponerles números. Si vos hacés lo que recomiendan para otras regiones podés perder mil kilos por hectárea de maíz”, dice, y explica que en su zona, por ejemplo, donde llueven en promedio 70 milímetros por mes, necesita secar los cultivos de servicio antes que en otras zonas para no consumir agua de más y perder rendimiento.

Bilbao subraya que el contexto actual exige una lectura crítica de las tecnologías disponibles y un conocimiento profundo de las condiciones locales. En su visión, el rol del agrónomo es más relevante que nunca como traductor y filtro entre las modas tecnológicas y la realidad productiva: “La información es importante, y lo otro que es importante es aprender a decir que no”. Esa capacidad para discernir y no caer en soluciones simplistas también es central para evitar errores costosos, explica, y pone otro ejemplo: “Los drones son una excelente herramienta para determinadas cosas, pero pensar que van a reemplazar a un mosquito porque cuestan menos, es como decirte que vendas la camioneta y te compres una bicicleta”.
El impulso de las nuevas generaciones
Una de las fuerzas que están empujando el cambio desde dentro de las empresas es el recambio generacional. Las nuevas generaciones de productores, asesores y profesionales tienen una sensibilidad distinta y están más conectadas con los problemas ambientales.
A eso se suma una transformación en el ecosistema de insumos y servicios. Según Andreoni, muchas empresas proveedoras del agro están adaptando sus modelos: “Las empresas proveedoras están creando departamentos de sustentabilidad, están entendiendo que sin regeneración ambiental no hay negocio futuro”, dice, y añade que este movimiento también está siendo acompañado, aunque tímidamente, por las políticas públicas: “Hoy hay políticas públicas como las Buenas Prácticas Agrícolas que empiezan a reconocer e incentivar al productor que produce de otro modo”.
Todos los actores coinciden en que para avanzar en esta transición se requiere construir conocimiento colectivo y generar confianza. Es ahí donde entra en juego el valor de los espacios de encuentro como el Congreso de Aapresid, que este año se celebró bajo el concepto de Código Abierto, una metáfora del conocimiento colaborativo y la construcción colectiva de soluciones.
“El código abierto permite adelantar discusiones clave y construir soluciones colectivas para una agricultura diferente”, dice Garibaldi, y sugiere que la agricultura del futuro no será el resultado de una única receta mágica, sino de múltiples caminos recorridos en red, con experiencias compartidas, errores documentados y logros medidos en términos económicos, sociales y ambientales.
Aunque todavía hay trabas importantes, como la presión financiera, la falta de planificación o los contratos de arrendamiento cortos, el proceso ya está en marcha. Como plantea Andreoni, hablar hoy de estos temas ya no es una rareza: “Hace seis años hablar de esto parecía ciencia ficción. Hoy se habla, el cambio arrancó, falta acelerarlo”, asegura.
Quizás la mayor fortaleza del agro argentino radique en esa combinación entre experiencia, innovación y voluntad de cambio. Como dijo Torres, las crisis pueden ser un motor para pensar. Pero pensar no alcanza, también hay que animarse a hacer.