Salvo por los materiales con que fue construido, para esta paloma el muro que se erige entre Tijuana y San Diego no debe ser muy diferente de tantos otros accidentes con los que se topa en vuelo: la cima de algún promontorio de arena, las ramas de algún arbusto, la superficie cimbreante y arisca del mar. Incluso ya habrá encontrado, en la aridez de esas placas de cemento y hierro, algún bienvenido aporte del mundo orgánico: no faltarán por allí insectos, restos de de tierra, despojos arrastrados por el viento. A los humanos que habiten este mundo dentro de cinco o seis siglos(quizás más, quizás menos), ese paredón –o lo que quede de él– tampoco les dirá demasiado. En el tranco largo de la la historia, todo es efímero: las catástrofes, la humillación y las miserias cambian de coordenadas, mutan de objeto. Y hunden rápidamente en el olvido a quienes las padecieron