Otra vez surge la idea de que el mundo atraviesa un “momento geopolítico”. Así como ha habido ocasiones en las que se proclamaron finales –de la ideología, de las guerras, de la religión, del Estado o de la historia– también se ha anunciado en otras oportunidades el fin de la geopolítica.
Sin embargo, la importancia de la geopolítica no ha desvanecido, sólo se ha expresado con connotaciones y en ámbitos distintos a lo largo del tiempo. Es probable que la dirigencia nacional no haya advertido la triple singularidad de la Argentina en este “momento” geopolítico.
El Diccionario de la Real Academia Española nos recuerda que “complejo” remite, en una de sus acepciones, a un “conjunto o unión de dos o más cosas que constituyen una unidad”. En ese sentido y en términos geopolíticos estamos ante un “complejo estratégico”.
Asistimos a una revaloración simultánea de los recursos críticos (alimentos, agua, energía, minerales y metales) terrestres y marinos; de los estrechos como conectores claves en materia comercial y militar; de los océanos por su enorme y variada significación; y de los polos con sus vastas riquezas y su trascendencia ambiental.
La primera particularidad argentina es que es de los pocos países en el mundo en el que se manifiesta nítidamente ese complejo estratégico. La segunda es que se trata de una nación que ha venido perdiendo poder, influencia y prestigio y que, por lo tanto, es hoy más vulnerable a la acción de actores poderosos. La tercera es que en la intersección entre lo terrestre, lo marítimo y lo polar están las Islas Malvinas, un archipiélago cuya soberanía está en disputa.
En ese contexto, sugiero evaluar la cuestión Malvinas después de 18 meses de gestión de la administración Milei y teniendo en consideración lo que he llamado las 4 D: divisas, diplomacia, derecho y defensa. Algunos casos exitosos de recuperación pacífica de territorios perdidos u ocupados –por ejemplo, China y Hong Kong– se facilitaron por la generación o el restablecimiento de poder material. Las crisis cíclicas de la Argentina, ligadas al endeudamiento, la han debilitado.
La reciente deuda contraída por La Libertad Avanza (LLA), así como su programa económico, carente de un proyecto productivo de mediano plazo, de una inversión sostenida en innovación y desarrollo y de un apalancamiento de las economías regionales, no contribuyen a la reconstrucción de un poderío material básico.
En materia diplomática se ha desplegado una política de activo plegamiento a Estados Unidos bajo el supuesto de que eso permitiría que las “credenciales occidentales” del gobierno –como procuraron los militares hasta 1982, los dos mandatos de Menem y la presidencia de Macri– deriven, esta vez sí, en la seducción de los isleños, la persuasión de Londres y la generosidad de Washington para que las islas sean devueltas a la Argentina.
Por lo tanto, y a contracorriente de casos promisorios como fueron Panamá y la Isla Mauricio, el ejecutivo pareciera no necesitar de nadie para elevar su capacidad negociadora. Rechazó la invitación a BRICS, no tiene interés alguno en las resoluciones y los encuentros de CELAC y vota consistentemente contra asuntos sobre Palestina granjeándose el malestar de naciones de la Organización de Cooperación Islámica (OCI).
En su conjunto, BRICS original, CELAC y OCI suman 93 países de los 193 de la ONU. En general, las posiciones bilaterales y multilaterales de LLA alienan a gobiernos que no alcanzan a entender si son considerados oponentes, antipáticos o insufribles para la presidencia y la cancillería. En breve, parecería que la táctica es despreciar potenciales apoyos de naciones del Sur Global, de algunos países del Norte Global pos-BREXIT y de las potencias emergentes.
En cuanto al derecho, hay que resaltar un hecho insólito. En 2014, la Argentina ocupaba un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU. El gobierno de la época –CFK– era cercano a Rusia. Pero cuando Moscú anexó Crimea votó en contra de esa acción que ponía en entredicho la soberanía y la integridad territorial. En febrero de 2022, el presidente Alberto Fernández viajó a Rusia y dijo que el país podía ser “la puerta de entrada (de Rusia) en América Latina”.
No obstante, una vez ocurrida la invasión a Ucrania, su gobierno votó todas las resoluciones sucesivas que criticaron y deploraron el recurso a la fuerza. Otra vez primaron los principios de la soberanía y la integridad territorial que la Argentina reafirma en el tema Malvinas.
Sin embargo, en febrero de este año, el Gobierno decidió abstenerse de la resolución en la ONU que ordenaba el retiro ruso de Ucrania: un modo de congraciarse con la administración Trump, debilitando el principio de la soberanía que necesita afirmar la Argentina.
Finalmente, en cuanto a la defensa, se optó por adquirir aviones de combate F-16 estadounidenses. Según, el UK Defence Journal, esa compra “puede parecer un gran paso adelante para su ejército, pero no altera significativamente la situación en el Atlántico Sur”. En breve, no parece haberse incrementado la capacidad disuasiva del país que rechazó buenas ofertas de India y China.
Nada indica que la Argentina de Milei haya mejorado el poder relativo nacional en los cuatro componentes de la estrategia mencionada; algo que no revierte la vulnerabilidad del país en el actual complejo estratégico en términos geopolíticos.