The Alto Knights, mafia y poder (The Alto Knights, Estados Unidos/2025). Dirección: Barry Levinson. Guion: Nicholas Pileggi. Fotografía: Dante Spinotti. Música: David Fleming. Edición: Douglas Crise. Elenco: Robert De Niro, Debra Messing, Cosmo Jarvis, Kathrine Narducci, Michael Rispoli. Duración: 123 minutos. Disponible en Max. Nuestra opinión: mala.
Todo lo que está equivocado tiene un lugar en Alto Knights, una verdadera rareza en la producción reciente de los grandes estudios de Hollywood, sobre todo por las encumbradas figuras que se involucraron en el proyecto. Algunos de ellos, veteranos de mil batallas cinematográficas, dejaron sus nombres impresos en una obra que extrañamente los recordará como verdaderos aficionados.
Es tan decepcionante lo que deja esta película que la única razón que justifica acercarse a ella es el esfuerzo por tratar de explicar semejante despropósito. Quienes deberían hacerlo, empezando por los principales ejecutivos de los estudios Warner, todavía no dijeron ni una sola palabra. Tal vez hayan aceptado que no tiene sentido abrir la boca después de que los números de taquilla emitieron el veredicto más contundente. Alto Knights costó 45 millones de dólares y apenas recaudó 9 millones en su brevísimo paso por los cines de Estados Unidos y algunos otros países.
Quienes ahora tienen la posibilidad de descubrirla a través del streaming compartirán esa perplejidad. Nombres ilustres como el veteranísimo productor Irvin Winkler (promotor de algunas de las grandes obras de Martin Scorsese), el guionista Nicholas Pileggi (el mismo de Buenos muchachos y Casino), el experimentado director Barry Levinson (de meritoria carrera hasta los años 90) y el mismísimo Robert De Niro como protagonista excluyente quedan todo el tiempo en falsa escuadra.
El destacado actor es el más expuesto de todos, seguramente porque le toca poner la cara en medio de la acción. Tampoco se explica (y el actor no se expidió al respecto) por qué alguien tomó la decisión de que interpretara allí a dos personajes, tomados de la vida real como casi todo lo que se narra en el film.
De Niro cambia de postura, de ropa, de maquillaje y de acento para encarnar sucesivamente a Frank Costello y Vito Genovese, dos inmigrantes italianos llegados a Estados Unidos y amigos desde la infancia que hicieron carrera en el incipiente mundo del crimen organizado hasta convertirse en figuras destacadas de ese mundo. Alto Knights es el nombre del club social que ambos empezaron a frecuentar en la juventud y al que ocasionalmente regresan. Y es el Costello ya anciano quien relata todos los hechos, cargando de explicaciones todo lo que ya exponen las imágenes. Otra incongruencia.
El relato transcurre en su mayor parte durante la década de 1950 y gira alrededor de una especie de declaración que se hace cada vez más explícita: Costello es el mafioso “bueno”, puesto a organizar el reparto de negocios ilegales de manera tal que asegure “la paz y la prosperidad” entre todos los involucrados y decidido a retirarse en el momento oportuno. Y Genovese es el malo, el gánster en estado puro, codicioso, feroz, amoral y desconfiado hasta extremos patológicos. La película, que arranca con la escena del intento fallido de asesinato de Costello a instancias de Genovese, es la crónica de la evolución de un distanciamiento inevitable y cada vez más profundo entre ambos.
Cualquier historia con esas premisas sobre el mundo de la mafia despertaría un interés automático como la historia lo certifica a través de una serie de obras magnas encabezadas siempre por El padrino. Pero Alto Knights funciona como excepción a la regla desde un logro insólito. Es la primera vez que un proyecto tan encumbrado relacionado con esta temática carece por completo de emoción, vigor y conexiones profundas (no solo decorativas o escenográficas) con los cambiantes tiempos históricos en los que transcurre.
Alto Knights falla en tratar de vincular (a través de montajes paralelos entre la trama de ficción y el material de archivo) los hechos narrados con la historia real. Presentados de esa manera, dejan la sensación de que un documental hubiese funcionado mucho mejor para contar estos hechos. También fracasa en la descripción de los personajes, pura cáscara sin energía ni convicción para asumir sus respectivas verdades. De Niro parece estar todo el tiempo ensayando en cámara la mejor configuración de su doble desafío actoral: Costello y Genovese (un personaje nacido para que 20 años atrás lo interpretara Joe Pesci) son piezas en formación que nunca terminan de armarse del todo.
Esta palidez generalizada se extiende también a los pocos personajes femeninos de peso, personificados por Debra Messing y Kathrine Narducci muy lejos de su confiable nivel habitual. Los demás integrantes del elenco, en especial el reparto de mafiosos ítaloamericanos, resultan patéticas máscaras de sus equivalentes de la realidad.
Y para colmo, los hechos clave que configuran la trama, en especial el famoso Apalachin Meeting (la cumbre entre los jefes mafiosos de todas las regiones estadounidenses realizada en 1957, que terminó en una impresionante redada policial y la captura de decenas de capos), están resueltos con una puesta en escena tan impersonal como la que la TV por cable utiliza a menudo para acompañar sus documentales históricos con simples y elementales dramatizaciones.
Las libertades históricas que Alto Knights se toma para narrar esos hechos son lo de menos. Lo menos creíble aquí tiene que ver con las conexiones entre crimen, tradición, familia y poder, aquello que siempre dejó muy bien paradas a los grandes relatos sobre la mafia en el cine. En Alto Knights, todo eso no es más que el pálido reflejo de una historia apasionante que en otras circunstancias hubiese resultado irresistible para el cine.
Nos queda la sensación de que Levinson, Winkler y compañía se dieron cuenta tarde de que todo lo que había para contar en este terreno ya fue dicho por el cine. Alto Knights parece estar admitiendo esa realidad al reconocer implícitamente que no tiene más nada para agregar. Lo peor de todo es que lo muestra a través de una película que quiere sumarse a la historia que el cine viene escribiendo sobre la mafia ítalo-estadounidense. Por sus resultados, nadie querrá agregarla ni siquiera como parodia.