Uno de los cuestionamientos más relevantes que enfrenta el sistema alimentario de EE.UU. es que la primera economía del mundo (U$S 26.9 billones/25% del PBI global) enfrenta al mismo tiempo una profunda crisis alimentaria, con más de 30% de su población de 330 millones de habitantes con enfermedades como la epidemia de “híper-obesidad”, la diabetes crónica y aguda, y problemas cardiacos extremadamente serios.
Frente a esta situación, el Secretario de Salud Pública Robert Kennedy señala que hay un vínculo directo entre la epidemia de “híper-obesidad” que asedia a la sociedad estadounidense y el consumo de alimentos ultra-procesados, ricos en azúcares y grasas.
La industria de la alimentación norteamericana tiene un producto de U$S 2.4 billones, y de ellos U$S 1 billón se consume en los hogares, y los restantes en el exterior; y más de 60% de los alimentos ultra-procesados son objeto de ingesta allí.
Por eso, el mapa de la pobreza de EE.UU es también el que describe los mayores desafíos en materia de salubridad.
La Secretaria de Agricultura Brooke Rollins (USDA) tiene un protagonismo esencial en la cuestión alimentaria en todo lo que se refiere a la distribución de los bonos alimentarios (“food stamps”), que son los subsidios a los alimentos para los estadounidenses más pobres; y lo que ha descubierto el USDA es que los bonos de alimentación o “food stamps” son vendidos en más de 40% en mercados clandestinos para comprar bebidas azucaradas y snacks altamente grasosos.
El objetivo de la dupla Robert Kennedy/Brooke Rollins es ahora exigirle a la Oficina de Alimentos y Drogas (FDA) que les prohíba a las compañías alimentarias decidir por sí mismas si un alimento es o no saludable.
Esto implica un cambio trascendental en la orientación de todo lo que se refiere a la industria de los alimentos, lo que en un país híper-capitalista como es EE.UU tiene un significado auténticamente revolucionario.
El punto central de esta enorme puja es la obesidad infantil, porque más de 40% de los niños son obesos o tienden a serlo.
Kennedy aporta otros datos esenciales: el “Programa de Asistencia Nutricional” (SNAP) que subsidia la compra de alimentos para las familias de bajos ingresos, sirve a 41.7 millones de personas; y el USDA asegura que más de 40% de sus “food stamps” se venden de inmediato para adquirir “comidas chatarra” (“junk food”) y bebidas azucaradas.
Son varios los estados norteamericanos que adhieren a la política de Robert Kennedy, y el primero ha sido West Virginia uno de los más pobres de la Unión. Y allí la epidemia de la híper-obesidad ha proliferado.
De ahí que la obesidad extrema comienza a ser definida en EE.UU como una auténtica “emergencia nacional”; y lo notable es que esta definición surge ante todo de los partidarios del híper-capitalismo y la desregulación del actual gobierno de Donald Trump. Este es un momento de conversiones en EE.UU, y de búsqueda y descubrimiento de la verdad, más allá de doctrinas y partidos políticos.
Los próximos estados en adherir a esta empresa verdaderamente transformadora son Nebraska, Indiana, Iowa, integrantes del corazón maicero del Medio-Oeste; y que en nombre de la producción agroalimentaria han decidido asumir un protagonismo de primera línea frente a esta crisis en la que está en juego no cuánto comen los norteamericanos, sino de qué manera lo hacen.
Frente a esta situación, que, por supuesto se ha politizado, como sucede con todos los acontecimientos importantes en la vida norteamericana actual, el siguiente paso es advertir que esta discusión crucial afecta a todos los países del mundo, y entre ellos a la Argentina.
La producción agroalimentaria argentina es una de las más avanzadas del sistema global, con una larga trayectoria de descubrimientos e innovaciones, y con un avance constante en materia de productividad.
Por lo tanto, los sectores de punta de la producción agroalimentaria – como AACREA por ejemplo – están obligados a asumir un protagonismo esencial en esta discusión, dejando atrás las miopes visiones puramente reivindicatorias.
Esta es una gran cuestión en el sistema agroalimentario mundial, y por lo tanto también en el argentino.