Nunca aceptó realizar exposiciones individuales ni vender sus obras, aunque participó durante más de medio siglo años en salones y concursos nacionales. Cuando ganaba los premios no se presentaba a buscarlos, y no le gustaba ser fotografiado. Así fue creciendo en el ambiente artístico argentino el enigma sobre la identidad de Alberto José Trabucco, artista que se instaló a fines de la década de 1950 en la quinta de Florida que hoy lleva el apellido familiar. Allí pintó niños, mujeres, animales y los árboles centenarios que rodeaban la casona, en cuyo sótano guardaba los cuadros junto a conservas y provisiones.
Dieciocho de ellos se exhiben ahora hasta octubre por primera vez en el lugar donde fueron realizados: en esa habitación con pisos de madera, chimenea y amplias ventanas con vista al jardín que alojó su taller. Alberto Trabucco vuelve a la quinta es el título de la muestra que le dedica la Secretaría de Cultura de Vicente López en el marco de los 120 años del municipio, por iniciativa de su Asociación de Fundadores y Pioneros y con la colaboración de la Academia Nacional de Bellas Artes (ANBA), heredera de su legado.
“Es un doble homenaje para el artista, por tantos años olvidado, que fue un gran benefactor para la Academia Nacional de Bellas Artes. La obra que hoy podemos descubrir en la vieja quinta tiene un aire que evoca un tiempo perdido, desvinculado de su propia contemporaneidad”, dijo a LA NACION Sergio Baur, presidente de la ANBA, quien lo definió como “un creador autodidacta que, desde una vocación silenciosa pero firme, privilegió el diálogo íntimo con la creación por sobre los circuitos de consagración”.
“Artista de méritos muy singulares, inclasificable en las tendencias pictóricas modernas, Alberto J. Trabucco es un solitario que a muy contadas personas abre las puertas de su intimidad y vive totalmente desvinculado de sus colegas. Poco se sabe de él, de sus antecedentes, de su existencia”, escribió el crítico Julio E. Payró en Veintidós pintores (1944), donde destaca que “en el aislamiento de su taller se ha ido formando por su solo esfuerzo un oficio sutil, delicado y seguro, que asombra por su perfección en una época inclinada al desaliño”.
También mencionado por José León Pagano en El arte de los argentinos (1938), Trabucco ganó en 1965 el Gran Premio de Honor del Salón Nacional con la pintura titulada Al caer la tarde, que pertenece a la colección del Museo Nacional de Bellas Artes pero no está en exhibición. Fue distinguido también con el Premio Estímulo del Salón Nacional (en 1930, 1931 y 1935), el Premio Cecilia Grierson (1934) y el Gran Premio del Sesquicentenario de la Independencia (1966), y participó en exposiciones en Barcelona, Estados Unidos, San Pablo y Bruselas. Sin embargo, observa Baur, “nada de eso fue suficiente para perdurar en la memoria de la historia del arte de nuestro país”.
Más que por sus obras, su nombre es conocido por su rol como mecenas. Con los fondos que donó a la ANBA se creó en 1991 la Fundación Alberto J. Trabucco, desde la cual se impulsan iniciativas como una beca nacional y el célebre premio adquisición que también lleva su nombre. Distingue cada año a artistas destacados en diversas disciplinas, cuyas obras son donadas a museos públicos de todo el país.
“Es importante reconocer la generosidad de personas que creen en el arte y seguirlo estimulando”, coincide Matilde Marín, expresidenta de la ANBA, quien participó del proyecto de esta muestra desde sus inicios y se ocupó de que las obras de los artistas invitados al premio fueran exhibidas en espacios representativos de la escena artística local.
Nacido en Buenos Aires en 1899, Alberto era hijo de José Antonio Trabucco, un inmigrante italiano que se dedicaba al comercio internacional, y Ana Viglione, quien dispuso que la quinta familiar fuera donada a la municipalidad. Esa voluntad fue cumplida por Roberto Marconi, albacea de su hijo, tras su muerte en 1990. Para entonces quedaba apenas un fragmento del predio original, estimado entre ocho y diez hectáreas, llamado Villa Delia en honor a la primogénita.
En 1913 se donó una porción del terreno en la esquina de Melo y Beiró, para construir una capilla que devino parroquia. En 1959, esta donación fue ampliada para permitir la construcción de los edificios de la Escuela Parroquial Nuestra Señora de la Guardia y del Instituto Ceferino Namuncurá. Para entonces, la quinta había quedado dividida además por la construcción de la Autopista Panamericana. Hoy es un centro cultural donde se realizan actividades culturales gratuitas, como la muestra que rinde homenaje a su antiguo dueño.
Alberto Trabucco vuelve a la quinta en Quinta Trabucco (C.F. Melo 3050, Florida), hasta el 4 de octubre. De martes a sábados de 10 a 18, con entrada gratis. Visitas guiadas: viernes a las 17 y sábados a las 12.30 y 16.