El mandato que el Colegio Cardenalicio pareciera haberle dado al Papa León XIV fue continuar con las reformas trazadas por el Papa Francisco pero prestando especial atención a la unidad de la Iglesia. Unidad en la reforma, unidad para la reforma. Los primeros gestos y palabras del Cardenal Prevost en tanto Papa hacen pensar eso. Ha sido tan claro su reconocimiento del legado del “Papa del fin del mundo” y su gesto de ir a orar en su tumba, como su decisión de asomarse al balcón central de la basílica vaticana con la muceta papal y el crucifijo pectoral dorado, de los que su antecesor había prescindido.
Un doble encargo reversible: reforma y unidad, unidad y reforma. ¿Una tarea imposible, cómo conciliar ambas exigencias? Por una parte, la consigna “Ecclesia semper reformanda” (La iglesia siempre se está reformando), que Francisco retomó para sintetizar la vocación de renovación del Concilio Vaticano II y, por otra parte, que el ejercicio del ministerio como Obispo de la Iglesia Romana sea signo y fundamento de la unidad de toda la Iglesia.
A contramano de lo especulado antes del Cónclave sobre las divisiones al interior de la Iglesia, la rapidez con que el cardenal Prevost alcanzó la mayoría de dos tercios necesaria para ser elegido como nuevo Pontífice muestra que sus hermanos cardenales han visto –en este agustino nacido en Chicago y hecho pastor en Perú– condiciones destacadas para tal encargo.
Sin embargo, que los cardenales hayan encontrado rápidamente un candidato que logre reunir las voluntades no quiere decir que las diferencias en el seno de la Iglesia no existan. Más precisamente, podríamos explicarnos la satisfacción generalizada en torno de la elección de León XIV en virtud de que por el momento se ha disipado el miedo entre los distintos sectores enfrentados, entre otras cuestiones, por el modelo eclesial: los bergoglianos temían una restauración conservadora, los moderados temían la polarización y los tradicionalistas temían que la profundización de las reformas llevase a una radicalización que pudiera ocasionar la erosión de la doctrina de la fe. Por lo pronto, León no trae una restauración conservadora, ni la acentuación de la polarización, ni una inmediata radicalización. Fumata blanca.
El nuevo Papa mantiene su lema episcopal, “In Illo uno unum”, tomado de un sermón de San Agustín. Esta frase, “En Aquel uno, somos uno”, muestra la visión agustiniana de unidad cristiana: una sola fe en Cristo, a pesar de la diversidad de creyentes, para conformar una Iglesia. El pedido de los cardenales parece ensamblarse a la perfección con el perfil del elegido.
Robert Prevost une el Norte y el Sur. Estados Unidos y Perú. La misión y la administración. La tradición y la proyección futura. La colegialidad y el primado. La curia y sus periferias. La contemplación y la acción. La Iglesia Universal y las iglesias particulares. El Cielo y la Tierra. Une sin anular los polos. ¿Cómo es posible sostener esta Unidad? ¿De qué modo aquilatar la unidad y, al mismo tiempo, impulsar el legado reformista del papado de Francisco?
La abdicación de Ratzinger en 2013 había hecho evidente que el vínculo de conducción entre pastores y fieles estaba roto: los escándalos de pedofilia en los que estaba involucrada la jerarquía de la Iglesia Católica; el estancamiento en la implementación de la apertura establecida por el Concilio Vaticano II; una mirada severa y excluyente en materia de moral sexual y familiar; los desmanejos financieros; la centralización de la toma de decisiones en Roma y su Curia y la indiferencia ante las voces de las iglesias particulares; la ostentación de riqueza y poder por parte de algunos príncipes de la Iglesia; la disminución de los bautismos, las vocaciones sacerdotales y la asistencia a los oficios religiosos en Europa, todo ello había configurado el escenario en que resultó elegido el cardenal Jorge Bergoglio.
El legado de Francisco es que, si la Iglesia Católica tiene voluntad de salir de la crisis general en la que se vio sumida al inicio del siglo XXI, inocultable a partir de la renuncia de Benedicto XVI, debe proyectarse con nuevos modelos de pastorado, nuevas formas de conducción del Pueblo de Dios. La sinodalidad, la reforma de la Curia Romana, la deseuropeización de la Iglesia, la preferencia por los descartados, el cuidado de la Casa Común, el privilegio de la hospitalidad sobre el rigorismo y una actitud de escucha, discernimiento y diálogo son los rasgos más salientes del modelo de pastorado que el argentino trazó en su pontificado.
Francisco buscó restaurar el pastorado a partir de un modelo eclesial sostenido en la sinodalidad, es decir, un camino de renovación espiritual y de reforma estructural para hacer a la Iglesia más participativa y misionera. El sínodo deja de ser un evento para convertirse en el método: reunirse para dialogar, discernir y decidir. La Iglesia sinodal supone la corresponsabilidad y participación de todo el Pueblo de Dios, que de aquí en más es reconocido como el sujeto comunitario e histórico de la misión.
El cardenal Prevost está fuertemente comprometido con el camino emprendido. Desde sus primeras palabras como sucesor del apóstol Pedro, reafirmó la “plena adhesión” al Concilio Vaticano II desde el desarrollo que le imprimió el papado de Francisco; pidió ser una iglesia “sinodal” y “estar siempre cerca especialmente de los que más sufren”. Además, eligió como nombre León XIV, recordando a su predecesor León XIII, el Papa de la doctrina social, quien en la encíclica Rerum Novarum fundamentó la protección de la propiedad privada, cuestionó la lucha de clases, abogó por la defensa de los obreros y sus organizaciones, así como por la intervención del Estado para proteger a los trabajadores.
Una reforma verdadera necesariamente entra en conflicto con quienes se resisten a ella. El camino aperturista, deliberativo y consultivo de conducción genera tensión con quienes sienten en riesgo sus prerrogativas. Por segunda vez la Iglesia Católica tiene un pontífice americano: ¿está preparada la Iglesia para profundizar la deseuropeización? No hay unidad sinodal si no hay unidad con tensión. ¿Cómo sostener la unidad y al mismo tiempo anunciar la redención de los marginados, los migrantes, los campesinos humildes, las mujeres violentadas, los niños abusados, la Tierra devastada?
El nuevo Papa eligió que su primer viaje sea a Turquía, para asistir a la conmemoración por el 1700° aniversario del Concilio de Nicea. En este primer concilio ecuménico de la historia, celebrado en el año 325, el objetivo central fue la preservación de la unidad de la Iglesia. En él comenzó a definirse el dogma de la Trinidad, con una fórmula de “unidad en la distinción”: un Dios que es al mismo tiempo Padre, Hijo y Espíritu. Prevost recurre a la tradición para proyectar su misión. El Papa León XIV tendrá que poner en práctica todas sus cualidades y aprendizajes para afrontar el doble desafío de la reforma y la unidad.
Nicolás Dallorso es Doctor en Ciencias Sociales, especialista en Planificación y Gestión de Políticas Sociales. Investiga en el Instituto Gino Germani y es becario del Conicet.