El Papa celebró este domingo la misa de San Pedro y San Pablo, apóstoles de Roma, en la basílica de San Pedro, y regresó a la tradición al entregar personalmente a 29 arzobispos metropolitanos los Sagrados Palios, una estrecha banda de lana de seis centímetros de ancho y treinta de largo marcada por seis cruces negros que se remontan al nacimiento de la Iglesia.
En los últimos años de gobierno de su predecesor, el argentino Jorge Bergoglio, el Papa Francisco decidió enviar los palios a las diócesis de origen de los arzobispos para que los confirieran los nuncios locales.
El Sagrado Palio es un ornamento litúrgico de honor y jurisdicción, símbolo de la oveja perdida y el Buen Pastor, adornada por las cruces y dos orlas de seda negra cuyas extremidades se apoyan sobre el pecho y los hombros.
Los palios son una de los adornos sacros más veneradas por la Iglesia, tejidos de la lana de dos ovejas por las monjas de Santa Cecilia.
Los Palios fueron un ornamento exclusivo del Sumo Pontífice, pero a partir del siglo sexto el Papa lo concedió también a los obispos que hubieran recibido una especial jurisdicción de la Sede Apostólica. En el 513 de nuestra era lo recibió Cessario, obispo de Arles. Desde el noveno siglo los metropolitanos deben pedir el Palio al Papa.
Los metropolitanos son obispos que presiden una provincia eclesiástica y desarrollan funciones de vigilancia y suplencia a los otros obispos de la provincia. Desde la mitad del siglo IX los dos extremos del Sagrado Palio comenzaron a pender, agarrados en el medio del pecho y la espalda. El Palio del arzobispo de Colonia, Clemente Augusto, fallecido en 1971, tenía dos cruces negras y seis rojas.
De allí la importancia enorme de los Palios Sagrados en la tradición de la Iglesia. León XIV ha querido recuperar la tradición de entregar él las bandas de lana a los arzobispos metropolitanos de la Iglesia.
La de hoy ha sido otra señal importante del nuevo pontífice: representa también la voluntad del Papa Prevost de normalización de la figura del pontífice tras los cambios que introdujo Francisco.
Tras ser electo, León ha ido restaurando una lista de símbolos ligados a la tradición. Como el uso de la mozzetta que vistió al asumir el cargo pontificio y presentarse a la multitud, o del crucifijo de oro, de regresar al Palacio Apostólico donde estar por terminar los arreglos de la residencia papal que durante doce años no funcionó, volvió también a la tradicional sede veraniega de Castelgandolfo, a 40 kilómetros de Roma, sobre el lago Albano, y a los autos más grandes y suntuosos de los papas para trasladarse, que Francisco cambio por el más pequeño Fiat 500.
También ha recuperado la praxis centenaria de guiar la jornada del Corpus Domini, y de caminar kilómetros por el centro de Roma con el Santísimo Sacramento.
Todo ha sido realizado por León con garbo y discreción, sin hacer ningún comentario, pues se considera un heredero del Papa argentino, quién lo nombro “ministro” pontificio del control de los obispos en todo el mundo, que fue uno de los antecedentes que lo impulsaron al pontificado en el Cónclave.
A los cambios discretos pero importantes lo ayuda también un excelente estado de salud. En la ceremonia de hoy dedicado a San Pedro y San Pablo bajó y subió rápidamente desde la tumba de San Pedro que preside la Basílica.
Al mediodía el Papa habló a la multitud reunida en la plaza de San Pedro desde el tercer piso de su residencia en el Palacio Apostólico. Por tercera vez no evocó uno por uno los principales conflictos bélicos como hacía el Papa Francisco, sino que mencionó solo la guerra en Ucrania y se refirió genéricamente a las otras guerras en curso.