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La era de la desglobalización

Redacción
Última actualización: julio 22, 2025 9:44 pm
Redacción
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7 Min de Lectura
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El experimento económico y social del (neo)liberalismo se ha terminado. No lo parece, a juzgar por las veces que se le critica, pero si examinamos sus supuestos ideológicos básicos, estamos ya en otra cosa muy distinta. Como siempre que algo termina, esto puede ser considerado una buena o una mala noticia, generalmente una mezcla de ambas, y tal vez lo que venga después no sea mejor.

En su forma contemporánea, el liberalismo era aquel periodo que se inició con los acuerdos de Bretton Woods y que produjo la gran apertura del mundo a la libre competencia y el multilateralismo a partir de 1950, un modo de entender la sociedad y la economía que tuvo su versión extrema en lo que entendemos como neoliberalismo.

El (neo)liberalismo se caracterizaba por una firme protección de la propiedad, fe en el emprendimiento y la innovación, impulso del libre comercio, confianza en los mecanismos de mercado, incremento de la interdependencia global, expectativa de juegos de suma positiva.

Fue la época en la que se acentuó la independencia de los bancos centrales, se desmantelaron los monopolios públicos o privados y fueron desapareciendo los aranceles. Quedó configurado así un capitalismo basado en reglas, aunque esas reglas no fueran las más justas ni igualmente cumplidas por todos los actores.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial se produce la globalización contemporánea y tras la caída del muro de Berlín se desarrollan al máximo los intercambios comerciales concebidos para integrar a Rusia y a China en el concierto de las naciones. China entra en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en el 2001.

Rusia lleva años incrementando su dependencia respecto del resto del mundo y esto es precisamente lo que permitió que uno de los instrumentos de guerra contra ella tras la invasión de Ucrania fueran las sanciones económicas, que no hubieran sido posibles con una Rusia autárquica. Pasábamos así de un mundo de stocks a un mundo de flujos.

Con la globalización, la riqueza no procede principalmente, como en otros tiempos, de la mano de obra y las materias primas, sino del control de los flujos, comerciales, financieros o de datos. La apoteosis de la globalización liberal se tradujo en diversas narrativas como la aldea global, el final de la historia, el planeta plano, sobre una cada vez mayor integración del mundo.

El mundo estaba lleno de promesas de expansión y multiplicación de las oportunidades, de crecimiento ilimitado, en lo que se entendía como una globalización feliz, en un mundo unificado y pacífico. Parecía hacerse realidad aquella hipótesis de los viejos liberales que hablaban del “dulce comercio” (Montesquieu) y que estaban convencidos, como John Stuart Mill, de que la dependencia mutua que genera el comercio hacía más costosos los conflictos.

Por el intercambio comercial cada actor se obliga a encontrar un acuerdo porque le beneficia más que lo contrario. De ello resulta una prosperidad compartida, de manera que la conciliación aporta más que la agresión. El mercado, en tanto que lugar de interacción, ejerce un papel de moderación de los intereses divergentes.

En esa lógica se inscribía Ulrich Beck cuando sostenía que la consecuencia del mundo globalizado era una democracia sin enemigos. Es cierto que en todo este periodo no faltaron fenómenos de rapiña territorial, injerencia política e incluso se promovieron golpes de Estado durante la guerra fría, pero todo ello se combinaba al menos con la proclamación de un marco de valores que se decía defender.

¿Qué es lo que tenemos actualmente y en qué sentido podemos hablar del final de una era? Trump no es el autor de este cambio de página, pues el deseo de redimensionar la globalización viene de lejos: los últimos tres gobiernos de Estados Unidos han bloqueado la OMC, han subido los aranceles, han restringido las importaciones y han concedido subvenciones masivas a la industria nacional.

Este instinto protector se agudizó en todo el mundo tras la crisis económica y financiera que marcó el final de las ilusiones liberales y el retorno a un mundo geopolítico, pero hasta ahora nadie había formulado tan explícitamente como Trump la pretensión de acabar con lo que ha caracterizado a la globalización liberal: cuestionamiento del comercio, multiplicación de los conflictos, retorno de una concepción autárquica de la sociedad, economía del pillaje sin mercado y una carrera global por el acaparamiento de bienes escasos.

La voluntad de desglobalizar o redimensionar la globalización se viene asentando en los últimos años. EE.UU. se retira de los acuerdos de París sobre el clima y de la Organización Mundial de la Salud y habrá que ver si termina abandonando el Fondo Monetario Internacional, como preconiza el Project 2025, que ha inspirado buena parte de la actual agenda de la Administración norteamericana. El Brexit fue un símbolo de la decisión de cuestionar una integración que solo conocía hasta entonces avances (que podían ser juzgados por muchos como insuficientes), pero ningún retroceso.

Las grandes potencias empiezan a pensar que dejar en manos del mercado el reparto de los recursos en el marco multilateral de la OMC favorecerá a sus rivales. Surge entonces la idea de que hay que acaparar los mercados y los recursos sobre bases más coercitivas. Aunque no se trate de una desglobalización en sentido estricto (los intercambios comerciales son todavía elevados), basculamos hacia un mundo que ya no es el de la globalización liberal.

Daniel Innerarity es Catedrático de Filosofía Política (Fundación Ikerbasque para la Ciencia e Instituto Europeo de Florencia)

Copyright La Vanguardia,2025

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