Más allá de la pompa que rodea sus actos, al margen de las tradiciones centenarias que parecen establecer siglos de distancia con el resto de los mortales, los royals también son seres humanos. Infidelidades aquí y allá, algún escándalo de corrupción, diferencias entre suegra y nuera que ni siquiera las buenas formas de las testas coronadas alcanzan a disimular. A pesar de los esfuerzos y el arte de la diplomacia que suelen cultivar, algunas conductas escapan a todos los protocolos y dejan en claro que la sangre azul, en realidad, es tan roja como la del resto de los mortales.
Finalmente, nada de lo humano les es ajeno, como decía el poeta. Ni siquiera la venganza; esa que, dicen, se sirve en plato frío. Cuentan que cuando el 6 de mayo de 1960 la princesa Margarita, hermana de la reina Isabel II de Inglaterra, se casó con el fotógrafo Antony Armstrong-Jones, el rey Balduino de Bélgica se negó a asistir al casamiento, horrorizado por el carácter plebeyo y la profesión del flamante marido real, lo que lo llevaba a considerar totalmente “inapropiado” consagrar semejante vínculo.
Es de suponer que nadie expresó palabra ante el desaire monárquico. Meses después, más exactamente el 15 de diciembre, cuando el monarca de los belgas contrajo matrimonio con la aristócrata española Fabiola de Mora y Aragón, después de haber sorprendido a todos al hacer el anuncio tres meses antes, la reina Isabel II fue una de las invitadas al fastuoso festejo repleto de tiaras y coronas.
La soberana aceptó el convite, por supuesto. Pero no asistió; en su lugar envió a Margarita, con su marido fotógrafo. Dicen que la princesa, hermosa y mundana, se robó toda la atención, y todas las fotos. Una real revancha.