Fue una de esas boxeadoras que despertaban fervor con su pegada demoledora y su guapeza inclaudicable. Una guerrera que engalanó los mejores momentos de la joven historia del pugilismo femenino argentino; una extraña que miraba siempre más allá del ring y los golpes para reclamar sus derechos. Alejandra Oliveras fue una guapa de la vida, una personaje risueño y franco que hoy llora todo el mundo del pugilismo. A los 47 años, falleció este lunes en el Hospital Cullen de la ciudad de Santa Fe víctima de las secuelas irreversibles que le produjo un accidente cerebro vascular.
Locomotora, como la apodaban por la fuerza de su pegada y su estilo enjundioso, fue protagonista de gloriosos combates y una de las grandes campeonas mundiales que dio el boxeo femenino argentino en su joven historia. Nacida en El Carmen, Jujuy, pero actualmente radicada en Santa Fe, pasó gran parte de su vida junto a sus siete hermanos en Alejandro, un pueblito muy pequeño cercano a Río IV, Córdoba. Fue allí donde sufrió bullying de chica y forjó su rebeldía. Con tan solo 15 años se convirtió en madre y su sueño de formar una familia se volvió en un infierno por los golpes y el maltrato de su pareja. “Cansada de que me pegara saqué las fuerzas que no tenía y le pegué una piña tremenda en el estómago y me fui con mi bebé”, contó alguna vez.
Su amor por el boxeo comenzó casi sin que se diera cuenta, con tan solo 16 años, cuando se ganaba la vida como locutora de una radio local y declaró que quería ser como Tyson. Con menos de 50 peleas como amateur, su debut como profesional se produjo en 2005, con un triunfo por KO ante Maria del Carmen Potenza. La fiereza y la contundencia de los primeros triunfos despertaron el interés del reconocido entrenador cordobés Carlos Tello, quien se encargó de pulir su talento hasta convertirla en campeona mundial.
La gran gesta deportiva de la jujeña se concretó el 20 de mayo de 2006, en el Palenque Hipódromo de Tijuana, cuando derrotó por KOT 9 a la encumbrada Jackie Navas y se consagró campeona mundial supergallo del Consejo Mundial de Boxeo. “Por aquella pelea gané 2800 dólares, pero no pude hacer nada porque cuando volví a la Argentina me los robaron”, contó en cada una de las entrevistas que hizo.
Con los resultados deportivos a su favor, Oliveras comenzó a ganar visibilidad mediática y se convirtió en la figura antagónica de Marcela Acuña, la pionera del boxeo femenino en Argentina. Eso hizo que la posibilidad de un choque entre ambas se hiciera realidad en diciembre de 2008. El mítico Luna Park fue el lugar elegido para un enfrentamiento histórico, que acaparó la atención de los argentinos, pero también del boxeo mundial. El ajustado triunfo por puntos de la Tigresa ante Oliveras fue el punto de partida de una enemistad que se prolongó por 16 años y que nos privó a los argentinos de verlas nuevamente cara a cara en ring.
Según consignan algunos especialistas, fue Oliveras quien no quiso volver a combatir, sin embargo ella siempre culpó a la propia Acuña de poner excusas. “Que pongan la plata que hay que poner y hacemos la revancha”, expresaba, por aquellos años, Alejandra. Una declaración de principios acorde a muchos de sus actos arriba en el ring. Ni la sabiduría y el profesionalismo de Amílcar Brusa pudieron con su espíritu indomable. A pesar de haber ganado su segundo cinturón mundial con el maestro santafesino en su rincón, decidió emigrar a México en busca de mejores oportunidades, pero la excursión fue corta y sin éxito.
Locomotora Oliveras vs Tigresa Acuña, en el Luna Park
La personalidad de Oliveras siempre fue en contra de su talento y las posibilidades. Su afección al gimnasio y las buenas condiciones boxísticas, nunca coincidieron con las decisiones polémicas que rodearon su carrera. Alguna vez, enojada con el sistema, abandonó el boxeo para dedicarse a la meditación y al servicio de coach motivacional. Otra, prefirió el retiro para dedicarse a la política. Fue un personaje querible y contradictorio que se ganó la antipatía de los dueños de negocio pero cosechó el cariño del público por su histrionismo y solidaridad debajo del ring.
El éxito y reconocimiento de la carrera de “Locomotora” Oliveras estuvo marcado por su tenacidad y su imbatible lucha por la igualdad de la mujer en un deporte viril. Sobran las palabras para hablar de su entereza para sobreponerse a los desafíos que, como ella misma dijo a este medio, “no la sacaba de la fuerza de su cuerpo, sino del alma”. Esa determinación es la misma que forjó en su infancia al trabajar junto a su papá Luis Carlos Oliveras en la cosecha de maní.
Más allá de su irreverencia y de sus vaivenes profesionales, La Locomotora está considerada una de las mejores exponentes del boxeo mundial y logró escribir su nombre en los Récords Guinness por ser la primera mujer en ganar títulos mundiales en seis divisiones de peso diferentes. Aunque algunos detractores instalaron que su récord carece de validez por haber ganado un cinturón de una entidad no reconocida. En 2019 noqueó en el 8° round a la mexicana Lesly Morales y anunció su retiro del boxeo, tras 33 peleas ganadas, tres perdidas, dos empates y 15 años de profesionalismo.
Sin embargo, el amor por el boxeo lo siguió disfrutando brindando clases gratuitas de boxeo en su gimnasio de Santa Fe y master class motivacionales en diferentes empresas, hasta horas previas a su internación. Su compromiso con la política y los muchos compromisos comerciales que últimamente tenía por su rol de influencer no fueron impedimento para que repartiera sabiduría a entusiastas boxeadores amateur. “Mi gimnasio siempre fue para enseñar, contener y ayudar a personas que quisieran descargar tensiones”, contaba, orgullosa, Alejandra en cada nota que daba.
Apoyada por sus hijos Alejandro (31) y Alexis (27), siempre se las ingeniaba para salir adelante cada vez que la vida lo ponía contra las cuerdas. Después de varios días de internación en el Hospital Cullen, el ACV isquémico no tuvo piedad con su fortaleza física. La piba sufrida, la adolescente iracunda, la mujer contradictoria, la influencer exitosa, la política comprometida y la boxeadora guapa y noqueadora, partió en silencio hacia dimensiones celestiales y el boxeo argentino llora su grandeza.