Para quienes buscan una escapada diferente en el sur del país, lejos de los circuitos más tradicionales, hay rincones que sorprenden por su belleza serena y su atmósfera detenida en el tiempo. Aunque lugares como Bariloche aún concentran gran parte del turismo, existen destinos menos concurridos que ofrecen una experiencia igual de inolvidable. Esquel es uno de ellos: un rincón de la Patagonia que invita a quedarse, con paisajes que combinan naturaleza, tranquilidad y una identidad propia que se aleja de lo más conocido. Allí, cada estación tiene su encanto, y el invierno, con sus tonos suaves y su ritmo calmo, suma aún más motivos para visitarlo.
Ubicada al noroeste de Chubut, Esquel nació en 1906, el mismo día en que se instaló el primer telégrafo local, y desde entonces creció abrazada por sitios como el Nahuel Pan, La Zeta, La Cruz, Cerro 21 y La Hoya. Esta ciudad se asocia rápidamente con su centro de esquí que suele conservar nieve incluso cuando en otras zonas falta, y con el Parque Nacional Los Alerces, que protege en sus más de 250 mil hectáreas a algunos de los árboles más antiguos del planeta, solo superados por las sequoias. Pero Esquel no se limita a estos íconos, ya que la propuesta es hacer base en esta ciudad y, desde allí, salir a descubrir los muchos tesoros naturales y culturales que la rodean.
1. Deportes de nieve en el Cerro La Hoya
A solo 12 kilómetros del centro de Esquel, el Centro de Actividades de Montaña La Hoya se presenta como uno de los destinos más destacados de la Patagonia para disfrutar del invierno. Su excelente calidad de nieve, que se conserva por más tiempo gracias a la orientación del cerro, lo convierte en un lugar ideal tanto para familias como para amantes de la aventura. Con una amplia variedad de pistas que convergen en la base y servicios de primer nivel, ofrece una experiencia completa que combina naturaleza, deporte y comodidad.
La historia del centro comenzó en 1974 con la inauguración de la primera telesilla, y hoy cuenta con ocho medios de elevación y treinta pistas para todos los niveles. Además del esquí y el snowboard, se pueden hacer caminatas y paseos en deslizadores. La temporada se extiende de julio a septiembre, aunque a veces llega hasta octubre.
2. Recorrer el Parque Nacional Los Alerces
El Parque Nacional Los Alerces es, sin duda, una de las joyas más impresionantes de la Patagonia. Con más de 250.000 hectáreas de paisajes que parecen sacados de una postal, fue declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO gracias a su valor natural y su conservación. Ideal tanto para aventureros como para quienes buscan desconectar en medio de la naturaleza, este parque ofrece una gran variedad de propuestas, desde caminatas tranquilas hasta excursiones lacustres, siempre rodeadas de lagos turquesas, montañas y bosques milenarios:
Un espejo de agua emblemático, ideal para navegar en kayak o simplemente contemplar la calma del paisaje desde la orilla.
Un puente colgante que conecta senderos y ofrece vistas panorámicas espectaculares del bosque y las aguas cristalinas.
El trekking clásico que conduce a un alerce de más de 2.600 años, un testigo viviente de la historia del bosque andino.
Punto de partida para excursiones lacustres o ideal para disfrutar de un picnic al borde del lago Futalaufquen, rodeado de naturaleza.
De fácil acceso, este salto de agua rodeado de vegetación es un excelente destino para quienes buscan una caminata breve y gratificante.
Ubicado en la ladera del cerro La Torta, a unos 50 km de Esquel, este túnel se forma de manera natural a lo largo del invierno, por la acumulación de nieve, el deshielo y la acción del viento. El fenómeno se puede observar hacia fines del verano, cuando mejora el acceso y la estructura de hielo permanece intacta. Sin dudas, caminar por su interior, rodeado de tonos azulados, es una experiencia única.
Desde senderos hasta remansos frente al lago Verde o Rivadavia, hay actividades disponibles para quienes quieren explorar el parque sin caminar excesivamente.
3. Viajar en La Trochita, el tren histórico
Subirse a La Trochita, también conocido como el Viejo Expreso Patagónico, es un viaje en el tiempo. Este tren a vapor, que conserva su trocha angosta original, parte desde la estación de Esquel y se desliza lentamente entre paisajes de estepa y cordillera.
Más que un paseo turístico, es una experiencia cultural: dentro de sus vagones de madera, con calefacción a leña y detalles originales, se revive la historia del ferrocarril patagónico. Durante el recorrido, que suele durar cerca de dos horas, se pueden escuchar relatos sobre su construcción y su valor patrimonial.
4. Casa Los Vascos: el último almacén de ramos generales que sigue funcionando en Argentina
Es cierto que hay sitios que parecen detenidos en el tiempo, pero pocos logran transmitir esa sensación con tanta autenticidad como el almacén Los Vascos, una tienda de ramos generales que sigue operando casi como en sus inicios. Allí, donde se venden desde camisetas hasta objetos de ferretería, las cuentas todavía se anotan con papel y lápiz. Cada rincón del local conserva el encanto de otra época, con vitrinas que agrupan productos por rubros y un ritmo de atención que invita a quedarse, mirar y conversar.
Ubicada en una esquina estratégica de Esquel, esta tienda fue inaugurada hace casi nueve décadas por los Valbuena, una pareja de origen español. Hoy, sigue recibiendo a proveedores y clientes con la misma calidez de siempre, mientras resguarda un pedazo entrañable de la historia de la ciudad.
5. Reserva Natural Urbana Laguna La Zeta
A pocos minutos del centro de Esquel, la laguna La Zeta se convirtió en uno de los espacios más elegidos tanto por residentes como por turistas. Rodeada de senderos para caminar, andar en bici o hacer picnics, es ideal para disfrutar del aire libre sin alejarse demasiado. En verano, también se puede nadar o practicar kayak.
El área protegida que la rodea contribuye a mantener el entorno cuidado, lo que la convierte en una excelente opción para escapadas breves o atardeceres inolvidables con vista a las montañas.
6. Conocer Trevelin y su legado galés
Ubicado a tan solo 25 kilómetros de Esquel, Trevelin es uno de los rincones más pintorescos del oeste chubutense. Su nombre significa “pueblo del molino” en galés, y su historia está profundamente ligada a la llegada de colonos galeses que se asentaron en el valle en el siglo XIX. Hoy, esta localidad conserva con orgullo su identidad, invitando a las personas que la visitan a sumergirse en una cultura única en la Patagonia, marcada por tradiciones, sabores y paisajes que combinan historia y naturaleza.
Algunos imperdibles de Trevelin:
Funciona en el antiguo molino harinero del pueblo y ofrece un recorrido muy completo por la vida de los primeros colonos, con herramientas, mobiliario, fotografías y documentos de época.
Ideales para una pausa entre paseo y paseo, ofrecen tortas típicas, pan casero y la famosa ceremonia del té galés, con vajilla antigua y un clima acogedor.
Como la de Bryn Crwn o Bethel, son pequeños templos de madera que aún conservan sus biblias y salmistas escritos en galés, y forman parte del patrimonio arquitectónico de la zona.
Cada primavera, este colorido atractivo natural se convierte en una de las postales más buscadas de la región.
En los alrededores del pueblo, hay emprendimientos vitivinícolas y de producción orgánica que ofrecen visitas guiadas y degustaciones.
Ubicadas en el paraje de Los Cipreses, muy cerca de Trevelin, estas cascadas ofrecen un circuito natural con pasarelas, miradores y una secuencia de saltos de agua rodeados de vegetación. El sendero es de baja dificultad y se puede recorrer en cualquier época del año.
La zona forma parte de una reserva natural y es ideal para visitar en familia. Además, muy cerca se encuentran chacras donde se pueden degustar dulces, tortas galesas y frutas típicas de la región.