En un rincón del noreste de China, donde antes solo había piedras y tierra seca, crece hoy un bosque que nació del compromiso, la amistad y la voluntad inquebrantable de dos hombres con discapacidad.
Jia Wenqi y Jia Haixia, amigos desde la infancia y vecinos de la aldea de Yeli, transformaron su entorno con más de 10.000 árboles plantados a lo largo de dos décadas. Lo hicieron solos, guiándose y sosteniéndose uno al otro en sentido literal: “Tú serás mis brazos, yo seré tus ojos”, fue la promesa que los unió.
Wenqi, de 63 años, perdió ambos brazos a los tres cuando sufrió una descarga eléctrica. Haixia, de 64, nació con ceguera en un ojo y perdió la visión total tras un accidente laboral en el año 2000. En ese momento, Haixia tenía 39 años y una gran preocupación por no poder mantener a su esposa ni a su hijo pequeño.
Fue entonces cuando su viejo amigo intervino con la propuesta de plantar árboles para obtener un poco de dinero y, al mismo tiempo, cuidar el ambiente. Comenzaron en 2002 con la esperanza de recuperar el paisaje natural contaminado que rodeaba la aldea.
El primer año plantaron 800 árboles, pero solo sobrevivieron dos. Lejos de rendirse, siguieron sembrando todos los árboles que fueran posibles “por el medio ambiente y por las futuras generaciones”, explicó Haixia en un documental de CNN. Poco a poco, lograron desviar arroyos para regar la tierra y clonaron ejemplares a partir de ramas que ellos mismos recolectaron.
Su método de trabajo requiere coordinación y confianza absoluta. Wenqi, sin brazos, guía a su amigo ciego tomándolo del espacio vacío de su manga. Cuando deben cruzar un río, Haixia se sube a su espalda. Y si hace falta trepar para cortar ramas, Wenqi lo carga sobre los hombros.
Así, día tras día, con su pala, una bolsa de esquejes, un balde, sogas y otras herramientas como equipaje, recorren a pie el camino hacia la parcela que ellos mismos transformaron. “Cuando trabajamos juntos, no nos sentimos incapacitados en absoluto. Somos un equipo”, aseguró Haixia.
El hombre ciego carga las herramientas y planta los árboles siguiendo las instrucciones precisas de Wenqi, quien, pese a no tener brazos, observa el terreno, guía los pasos de su amigo y elige los mejores lugares para sembrar. Cuando Haixia se agacha para trabajar la tierra, Wenqi sostiene la pala apoyada en su hombro. Cada paso del proceso está coordinado con años de práctica.
Ambos reciben una pequeña ayuda económica del gobierno local, pero lo que los mueve no es el dinero. “Puede que seamos pobres financieramente, pero estamos muy contentos espiritualmente. Hay más de 10.000 árboles. Son como soldados verdes. Protegen nuestra hermosa aldea”, dijo Haixia. Y agregó: “Cada árbol es un purificador de aire”.
Hoy, el terreno que era un páramo es un bosque en miniatura. Su misión es clara: seguir plantando todo lo que puedan. “Mientras trabajemos juntos en pos de un mismo objetivo, no hay nada que esté fuera de nuestro alcance”, afirmaron los amigos, que, entre ellos, se dicen “hermano”.
Conscientes de que su proyecto puede trascender, ambos tienen un deseo compartido: “Dejen que las generaciones futuras y el resto del mundo vean los bosques y comprendan el legado que dejaron dos personas discapacitadas, incluso una vez que ya no estemos”.